Llego al cruce. A ese cruce que a veces tanto temo, donde tengo que decidir qué dirección tomar, que camino quiero recorrer.
Ya estuve en este lugar varias veces. Vivo el presente continuamente. La adrenalina rige mi vida. Pero el cuerpo se cansa, la mente se agota y el corazón llora. Y ahí tengo que parar. Tomar las cartas y empezar una mano más.
Y miro atrás. Y ahí están ellos. Y miro adelante, y en algún camino están esos ellos. En otros, hay otros ellos.
Nunca fui apegada a las cosas. De hecho, me considero bastante desprendida. No guardo la primer carta. Ni guardo la entrada de cine de aquella película. Ni tengo los pétalos sin vida de aquella rosa.
Tampoco fui arraigada a los lugares. En los últimos dos años me mudé cuatro veces. De todos me fui con una sonrisa.
Las personas en cambio, siempre me significan un condicionamiento.
Soy más que consiente de la circunstancialidad de las personas en la vida de cada uno. Soy una convencida que todos estamos en el lugar indicado en el momento indicado, y que cada uno elige como vivir esa coincidencia. Esta premisa la repito hasta el hartazgo. Y realmente considero que es así.
Sin embargo y a pesar de esa circunstancialidad no deja de doler el dejarlos ir.
Estoy en el cruce. En ese cruce.
Y elijo un camino. Quiero recorrerlo. Tengo Ganas.
Y digo chau. A quien supo ser una compañera, una amiga, una hermana. A quien supo ser un compañero, un amigo, un amante. A quien supo quererme. Y a quien le fui indiferente.
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Miro mis pasos. Miro adentro. Esos ellos son parte de mí. Y sonrío.
Triste Alegría. Tristeza alegre.
Levanto el mentón. Y camino.
