Casa Nueva, Vida Nueva

Rojo Carmín. Turquesa. Violeta.
Según la mística energética – tan de moda en estos últimos tiempos – el rojo carmín implica iniciativa, el turquesa le da la orientación positiva a cualquier iniciativa, y el violeta significa transformación.
Azar?
I don’t think so.
Pasaron ya cinco días y cuatro noches en entre estas paredes, que, desde que las ví, supe que iban a ser el refugio para mis próximos pasos en la vida.
Hace rato que empecé con la idea de la transformación. Hace rato que sé que mi vida – como estaba – no iba acercarse ni por casualidad a lo que había imaginado.
Los 29. Ese fue el problema… O la solución.
Cuando era chiquitita imaginaba que un príncipe azul me iba a venir a buscar en un caballo blanco, me diría que me amaba e íbamos a ser felices ever after.
En la adolescencia, creía que el chico con más onda del cole, me diría que estaba enamorado de mí, terminaríamos de estudiar juntos, nos casaríamos y viviríamos felices ever after.
Ya entrando en la adultez supe que primero quería realizarme profesionalmente – aunque en compañía de un buen tipo que me bancara terminar la carrera para luego formar una familia y ser felices… ever after.
La realidad?
Cuando estaba en cuarto grado lo conocí a Gastón. Él era el hermano de mi mejor amiga. Recuerdo quedarme paralizada frente a sus enormes y profundos ojos negros cuando nos abría la puerta de su casa. Nos preparaba la chocolatada, y con mis mejillas coloradas lanzaba un tímido gracias. Cómo me gustaba! Podía pasar horas al lado suyo mirándolo. Ése fue mi príncipe azul… tan lindo, tan dulce, tan perfecto… tan irreal.
Por su puesto que él encontró a su rapunzel.. y obvio que esa rapunzel no soy yo.
En mi adolescencia, entró en cuadro Lu. Nos conocimos en un viaje de jóvenes que hicimos a Europa. Está demás decir, que era el que más onda del grupo tenía. Recuerdo que parábamos en unos bungalows en una paradisíaca playa del mediterráneo, y los besos que me daba provocaban fuegos artificiales en la cima del Etna que yacía frente nuestro.
Volvimos a nuestras tierras, continuamos con la rutina… pero ni el secundario él terminó.
Empecé la facu. Comencé a darle forma a ese sueño de ser letrada. Lo justo, lo que corresponde, lo que se debe, empezaron a convertirse en parte de mi vida. Y cuando empecé a sentir que ese sueño se tornaba inalcanzable, Seba se hizo presente, e hizo que sea más fácil conseguir el rótulo de doctora. Lindo, dulce, compañero, pasional.
“Amarillo para nuestra casa. Blanco para nuestros hijos. Rojo por nuestro amor”. Esas palabras pronunció mientras con una mano sostenía la mía, y con la otra colocaba una alianza con los tres oros en mi anular izquierdo.
Cómo decir que no? Todo lo que proyecté entrando a mi adultez se hacía realidad.
Sin embargo, tanto mi alianza como la de él duermen en una cajita de cartón, esperando a ser adquiridas por algún fabricante de joyas.
Alternando la complicadísima tarea de imaginarme cómo será el encargado de darme la felicidad ever after cuando sea grande, con la divina tarea de la fabulación jurídica, llega el vigésimo noveno aniversario de mi nacimiento.
Últimos once meses y treinta días de los veintitantos.
Y me dí cuenta que crecí. Y que el cuando sea grande es ahora!
No miro el pasado. No miro el futuro. Veo el presente... y vuelvo a empezar.

Un mate que gira… tres copas de vino… risas… lágrimas… y más risas.

En tres meses y quince días dejo de tener veintitantos.
No tuve mi amarillo para la casa… ni mi blanco para los niños.. ni mi rojo para el amor.
Pero tengo mi rojo carmín, mi turquesa y mi violeta.

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