¿Será Justicia?

Hace 7 años que soy otra. Porque una parte de mí se murió. Porque una parte de mí renació.
Hace 7 años que por segunda vez alguien decidió por mí.
La primera vez, fueron mis viejos cuando decidieron que yo exista en este mundo.
La segunda vez, fue David.
Sí. Tiene nombre y apellido. David Ruiz Díaz. Fue condenado el 10 de abril del 2006 a 9 años de prisión, por homicidio en ocasión de robo. Leyeron bien. 9 años. Fundamentos? Primer delito. Analfabeto. Lo ¿bueno? es que como en el medio de la etapa de instrucción apareció como imputado en una causa de hurto de un teléfono celular, se logró aumentar la condena a 10 años de prisión. Una vez más, leyeron bien. 10 años.
Todavía logro repetir una y otra vez en los más profundo de mi estómago, de mis intestinos, de mi corazón, la sensación de ponerle la cara a ese nombre. Estaba ahí. Sentado frente a mí. Sus manos esposadas, y su cabeza gacha.
Pelo negro. Cortito. Peinado hacia arriba, con unos mechones amarillos entremezclados. Ojos negros. Labios gruesos. Muy gruesos. Flaco. Alto. Desgarbado. Jeans. Remera. “Llantas”.
A mi derecha, una mujer sollozaba. Solo nosotros estábamos. Juez. Fiscal. Abogado. David. Su madre…. Y yo.
David no podía levantar la mirada. En principio pensé que era por mí. Que mi presencia, aunque sea muy en el fondo y ya tarde, lo había hecho recapacitar.
Arrepentimiento.
Me equivoqué.
Mis ojos mojados no podían alejarse de su rostro. Ese rostro que desde hace tantos años me acompaña a la cama todas las noches. Y de pronto, levantó el mentón. Sus profunda y negra mirada se cruzó con la mía. Y esa pequeña esperanza que había brotado en mí momentos atrás, se esfumó.
Ese día conocí lo que es el odio. No pude sentirlo. Pero los ojos de David no hacían más que reflejar odio. Odio hacia él. Odio hacia mí. Odio a la vida… pero simplemente por haber sido atrapado.
Recuerdo el grito ahogado de su madre al leerse la sentencia. Y recuerdo su sonrisa en ese mismo momento. Él, había salido triunfante.
Ese, que hasta aquel momento era un perfecto desconocido para mí, se transformó en una de las personas más importantes en mi vida.
David decidió por mí.
Hace exactamente dos mil quinientos cincuenta y cinco días yo volvía de comprar las cortinas para nuestro nuevo hogar con el que meses después se convertiría en mi compañero para toda la vida. Volvía a la casa de mis padres. Volvía a mi casa.
Ruidos sordos. Acelero la marcha. Doblo imprudentemente. Un chico que corría. Un chico que era David.
Llego a la puerta de casa. Salto del auto. Y un rojo espeluznante paralizó mi andar.
Corridas. Gritos. Sirenas.
Una última caricia. Un último te amo. Quince días de agonía. Y el adiós.
Declaraciones. Reconocimientos. El día se hizo noche. La noche se hizo día. Y la noche volvió a caer. Olor a flores. Y la despedida.
Hace dos mil quinientos cincuenta y cinco días una madre dejó ir a su hijo.
Hace dos mil quinientos cincuenta y cinco días a un hermano le sacaron a su hermana, a una madre le sacaron a su hija, a un marido le sacaron a su esposa, a tres hijas le robaron a su madre.
David decidió por mí.
Tristeza. Llantos.  Dolor. Dolor. Dolor. Y más dolor.
Noches eternas. Dedos entrelazados. Caricias en los cabellos. Dormitorios compartidos de a dos, de a tres, de a cuatro.
Como explicarlo!
El dolor, el vacío, no dieron lugar ni al odio ni a la bronca.
Las camas deshechas. No hay olorcito a comida casera. La casa es grande. Hace frío. Mucho frío. Y el mensaje del contestador automático que no para de escucharse… Sólo su eco.
Siete años…
No volvieron a existir los abrazos reconfortantes. Ni las caricias tibias. Ni el ayudar desinteresado. Ni el amor incondicional.
Nadie hace las cosas por mí, sin siquiera habérselo pedido.
No tengo a quien pedir un consejo, sabiendo que la respuesta, aunque errada, siempre va a ser la correcta.
Nadie me banca mi mal humor. Nadie me responde con un yo también te quiero, después de un insulto.
Nadie cocina tan rico.
Nadie me quiere tanto.
Siete años…
Y la busco en las estrellas. La busco en el pasto. La busco en mi papá. La busco en mis hermanas. La busco en mis amigas.
Siento su olor. Escucho su voz. Cierro los ojos y veo su cara.
Pero no la puedo tocar. No la puedo sentir.
La veo en mis sueños. La tengo en mi corazón.
Siete años…
Una madre recupera a su hijo. Porque “se portó bien”.
Siete años…
Un esposo y tres hijas que no recuperan a su ángel guardián…
¿cuándo dejaron de cocinarme?
¿cuándo aprendí a cocinar?
¿cuándo la casa de mis padres dejó de ser mi casa?
¿cuándo aprendí a cuidarme sola?
¿cuándo mi mamá dejó de cuidar de mí?
¿cuándo el príncipe dejó de ser azul?
¿Cuándo mi hermana se transformó en mi amiga?
¿cuándo mis amigas se transformaron en mi familia?
¿cuándo dejé de tener familia?
¿cuándo me transformé en mi propia familia?
¿Cuándo dejé de soñar?

Cuando David lo decidió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario