Mi Amor, Yo Reina


Casi 30 años. Soltera. Solterísima. Como habitualmente digo, sobrecalificada.
No me llamó en todo el fin de semana. Nada supe de él.
El viernes no lo vi. Sin embargo, estuvo presente… como todos los viernes. Después, silencio total. Ni un mensaje, ni un mail, ni un llamado.
Me pregunto el significado de su actitud.
Da un paso… retrocede dos.
Dice una palabra… se calla muchas.
Me abraza…. me niega un beso.
Me gusta que me busque. Odio que cuando me acerco, me aleje.
Por qué?
A veces, creo que no puede avanzar más, que tiene miedo, que no se anima.
A veces,  creo que lo que hace es avisarme: “acá estoy, no te olvides de mí, no te alejes … pero en realidad, no estoy preparado para nada por ahora”.
Lo justifico. Después… veo la realidad.
Tengo mi laburo, y laburo diez horas por días. Me ocupo de mi casa actual… o de la próxima. Hago gimnasia, estudio. Canto. Danza.
Tengo todos los días de la semana de todo el año a mil.
Sin embargo, aparece él.
Al comienzo, el gran problema es que me siento asfixiada. Yo tengo muchas actividades, y no sé si lo puede entender.
Pero él es divertido, alegre, simpático, excelente amante, inteligente, deportista. Y es un divino, porque me busca todo el tiempo a pesar de sus miles de actividades. Que – dicho sea de paso – eso nos encanta!
Hasta que empezás a adaptarte.
Sin querer, dos semanas después, puedo trabajar siete u ocho horas máximo, puedo faltar a clases, y puedo reducir la cantidad de veces que hago ejercicio. Y sí, tengo que dedicarme más tiempo para mí… me justifico.
Y empiezo a estar disponible.
Y tres semanas después, la asfixia le pinta a él.
Y nosotras, que creemos que seguimos con nuestra agitada vida, estamos veinticinco horas de las veinticuatro que tiene el día, dedicándoselas a él.
Si me llama, hablo quince horas.
Si no me llama, espero el llamado.
Si me manda un mail, lo leo cuatrocientas veces para poder contestarlo… y que la respuesta lo lleve a volverme a escribir.
Si no me manda, chequeo los mails a razón de treinta veces por minuto.
Si  me manda un mensaje, aprovecho para llamarlo, porque “odio mandar mensajitos”.
Si no me manda, prendo y apago el teléfono pensando que puede llegar a no tener señal, y necesito resetearlo.
Si lo voy a ver, estoy trescientas horas frente al espejo, haciendo la “previa” para  “la” salida.
Si no lo voy a ver, me quedo en casa encima el teléfono, por las dudas si imprevistamente me quiere invitar a salir.
En fin… Al cabo de cinco semanas nuestra jornada laboral se ha tornado de una hora con suerte, me duele demasiado el cuerpo como para hacer gimnasia, y hasta estoy demasiado estresada como para ir a una reunión del arte de vivir.
Pero… él sigue con su laburo, con sus deportes, sus clases, sus amigos, su familia… y con suerte le queda tiempo para responder a través de un sms “sorry, estoy agotado, hablamos mañana, si?”.
“Sí” las pelotas.
Entonces decís “esto no va más”. Y empezás a laburar diez horas, te ocupás de tu casa, de tus amigas, familia, canto, danza.
Y retomás tu vida habitual hasta tanto aparezca otro “ÉL”.







No hay comentarios:

Publicar un comentario